martes, 22 de noviembre de 2022

Tatuajes

 

Es frecuente que veamos en consulta a pacientes tatuados, por vivir una época en la que, quizá por la influencia de aquellos que constituyen el mundo del famoseo, parecen estar un tanto de moda, pero también por la necesidad que los médicos tenemos, de desnudar al paciente para su adecuada exploración.

He escrito alguna que otra vez sobre el fenómeno, por lo curioso del mismo y alguna que otra vez por su espectacularidad (véase la foto del inicio, en la que el paciente se tatuó el texto completo del padrenuestro), incluso hablé de sus no pocos efectos indeseables: infecciones o reacciones alérgicas a las tinturas, fundamentalmente al rojo.

Pero los tatuajes van íntimamente unidos a la historia del ser humano… En 1991, una pareja de alpinistas descubrió, en un glaciar del Tirol, los restos de un hombre con una antigüedad de 5.730 años, al que se bautizó con el nombre de Otzi.  Cuando menciono la edad de sus restos, me gustaría ubicarles recordando que la pirámide de Keops se levantó seis siglos después de la muerte de nuestro hombre de hielo.

Lo que más llamó la atención de los expertos, al estudiar el cuerpo de Otzi, fue el hecho de estar lleno de tatuajes (más de cincuenta), que con seguridad no debieron hacerse con una finalidad ornamental, ni tampoco estética, sino para aliviar el dolor mediante finas incisiones que después se frotaban con carbón vegetal, dejando una tonalidad azulada. (La segunda foto bien podría ilustrar este párrafo desde su sentencia budista: “El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional”).

El estudio también aclaró el hecho de que Otzi murió asesinado (se encontró una punta de flecha en su hombro izquierdo, que le causaría una intensa hemorragia interna). 




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