En aquél momento me encontraba realizando una sustitución, por descanso maternal, en el centro de salud de una localidad cercana a mi lugar de residencia. Apenas fueron unos pocos días a mayores de los dos meses, pero aún tuve tiempo para aproximarme al conocimiento de algunos pacientes, sobre todo aquellos a los que las circunstancias obligaban a visitas más reiteradas.
El día que sería el último de mi paso por el Centro Gabriela tenía visita programada. Cuando al salir de la consulta se disponía a resolver algún trámite en el mostrador de la Unidad Administrativa, alguién debió comentarle que era mi último día, por lo que entró de nuevo en la consulta, llorando desconsolada, y para entregarme un sobre en el que había improvisado la siguiente carta:
"Dr..., muy muy agradecida de todo corazón, es el mejor médico que he tenido nunca y nunca se me va a olvidar. Espero que donde vaya a trabajar sea muy feliz y tenga todo lo bueno que se merece. Con muchísimo cariño y mucha pena de que se vaya...
Gabriela, la embarazada de gemelos"
Un gesto que me pareció precioso y que alcanzó a acariciar mi ego, pero que también y por no ser merecido, puso de manifiesto que nuestros pacientes pueden no ser demasiado objetivos a la hora de juzgarnos.
Sirva esta conclusión para explicar también un buen número de aquellas otras ocasiones, en las que la valoración que recogemos no es precisamente agradable o favorable.
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