NOTA: La foto desapareció.
Se trataba de una anciana de cerca de 90 años, con unas tenis y unos músculos gemelos que ya los quisiéramos todos, haciendo ejercicios en el Retiro, agarrada a una farola...
Esta es una de las fotos más simpáticas que hice y que probablemente haré.
Esa mañana, harto ya de nadar entre la multitud que colmaba, un año más, el poblado de casetas de la Feria del Libro de Madrid, y cuando me disponía a abandonar el Parque de El Retiro, pude ver a esta joven octogenaria sentada en el bordillo de la acera, calzándose un par de deportivas para disponerse a hacer, con una resolución capaz de humillar al mismísimo Usain Bolt, los oportunos ejercicios de estiramiento que -imagino- precederían a su sesión de footing.
Pronto dejaremos de tener viejos. Nos hemos empeñado en reconvertirlos, en disfrazarlos, en agruparlos en el cosmético bando de los "chavales de la tercera edad". El asunto empezó siendo dialéctico ("nuestros mayores", "madurez", "edad de oro") para acabar siendo... ¡Vaya Ud. a saber cómo!...
A veces, cuando navego entre las imágenes de mis recuerdos, recupero una que parece estar abonada a la capacidad de dibujarme la sonrisa: la de un hombrecito enjuto, arrugado en su avanzada edad, en el andén de la estación del Norte de esta misma ciudad, y empeñado en llevarme las maletas. Yo debía tener apenas 10, quizá 12 años, y me dejé impresionar por su uniforme gris de botones dorados, al que complementaba una gorra de plato. En el frontal de esa gorra, y con una solemnidad desproporcionada para la que cabría esperar de su cargo, podía leerse con letras igualmente doradas: "MOZO". Ese día intuí la intemporalidad de lo temporal, comprendí la absoluta flexibilidad de cuanto se refiere a la edad... La coquetería siempre acabará imponiéndose a la nimiedad del significado de las palabras.
No dudo que Bergson tuviese razón al postular que el tiempo es relativo, creo que a estas alturas todos sabemos que lo es; pero que el filósofo me perdone: antes que relativo es inexorable...
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