sábado, 26 de abril de 2014

Peor el remedio que la enfermedad




La expresión "es peor el remedio que la enfermedad" suele usarse cuando se pretende poner de manifiesto que las soluciones podrían traer consigo un mayor número de quebraderos de cabeza de los acarreados por el problema original en sí mismo.

El dicho proviene de la Edad Media, una época en la que los tratamientos de las dolencias consistían, las más de las veces, en recurrir a remedios harto desagradables como las archiconocidas sanguijuelas o las sangrías, cuando no eran cosas mucho peores como las que ilustramos con estos ejemplos: emplastros de excrementos de animales, fomentos con orina, elixires y demás potingues a base de cola de un ratón, alas de murciélago... etc.

Es un poco más reciente, por eso aún recuerdo el desagradable sabor que solían tener la mayoría de las "medicinas" de mi infancia: era necesario hacer de tripas un corazón o acabar cediendo a las insistencias o sucumbiendo a las engañifas de nuestros progenitores, para poder ingerir toda suerte de pastillas, jarabes o mejunjes. En el presente, sin embargo, podría aseverarse que el problema es el contrapuesto: los medicamentos pueden llegar a saber tan bien, que el sabor volvería a ser precisa y nuevamente su talón de Aquiles durante la infancia.



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