Báscula en un mercadillo de antigüedades |
Recuerdo cuando hace muchos años mi abuelo me sentaba sobre sus rodillas para rememorar capítulos de la convulsa y miserable época que le había tocado vivir: los principios de un siglo que transcurrieron por el filo de la crueldad de numerosas guerras, jalonadas de espacios de feroz hambruna y de tan injustas como marcadas desigualdades sociales. Detrás de sus historias podía adivinarse el deseo latente de confiarme el legado de su vivido, en un preventivo intento de que me sirviese para evitar que nunca se repitiese... Como si yo pudiese evitar algo así...
Me extrañaba escucharle cosas como que en aquellos años la miseria de la posguerra obligaba a las familias más pobres a intercambiar sus viandas con las más afortunadas y pudientes: el kg de carne magra cotizaba bien, se pagaba a 5 kgs de tocino, que garantizaban un muy superior aporte calórico para el trabajador y su prole... Por esta razón los más desgraciados mercadeaban con las divisas de los contados jamones de sus escasas matanzas, quintuplicando sus posibilidades de supervivencia.
Eran años de pronunciada miseria para los de siempre, los proletarios que al amanecer llenaban las plazas de los pueblos, en la paciente espera y el deseo de que el dedo de un capataz, de la finca del señorito, les eligiese asignándoles la caridad de unas peonadas, unos días de trabajo que aportarían cierto asueto a sus maltrechas situaciones...
Hoy la crisis nos ha traído cosas como las de aquellos años; cosas que ahora quise recordar, compartiéndolas con todos vosotros: el paro volvió a invitar a la miseria, que una vez más se instaló en nuestras vidas, alojándose en nuestros hogares... Y paradojas de la vida... a más hambre, a mayor penuria económica, mayor sobrepeso también: se vuelve a los alimentos hipercalóricos, a las féculas, los azúcares, las grasas saturadas... todo cuanto resulta más asequible que aquello que enarbolamos siempre como saludable...
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