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Como cada año y con la llegada de la primavera, a nuestra casa llegan nuevos propietarios: se trata de una pareja de golondrinas que anidaron, hace ahora algunos años, en una esquina junto al techo, en el interior del amplio garaje comunitario.
Solo pueden entrar a ocuparse de su nido o salir a la calle con la llegada de algún vecino y la apertura del portón automático.
Solo pueden entrar a ocuparse de su nido o salir a la calle con la llegada de algún vecino y la apertura del portón automático.
Cada tarde, cuando al llegar a casa me dirijo al aparcamiento de los sótanos de la finca, lo hago acompañado: conmigo entran o salen dos golondrinas que probablemente estuviesen esperándome, agazapadas, impacientes y conocedoras de mis horarios.
Por cuanto pude ir viendo después, no es ésta una práctica infrecuente para el haber costumbrista de las aves: en el interior del garaje de mi centro de trabajo también hay nidos, aunque en este caso y al no existir portón, sus inquilinos no necesiten esperar a su apertura...
Quiso el fatídico destino, hace ahora casi dos años, que esa puerta le cayese encima a una compañera, una doctora que aquel día acababa de llegar para cumplir con su jornada de trabajo, y quiso que pereciese en el acto, aplastada bajo dos incuestionables toneladas de descuido...
En memoria de Mari Paz y como un alegato a favor de la seguridad en el trabajo...
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