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Las nuevas medidas respecto de la obligatoriedad de prescribir principios activos supondrán, tal y como ya vaticinan los difusores de la noticia, un ahorro aproximado de 2.000 millones de euros para las arcas de un estado que posiblemente no se pare a pensar lo que devengarán en dispendios generando: un mayor número de despidos y de parados, un nuevo frenazo para la investigación o una inyección de desgana para la innovación...
A juzgar por la reacción habida en el seno de Farmaindustria: constituirán un nuevo golpe para los maltrechos proveedores del cliente único que supone una administración, que impone criterios meramente restrictivos y que nunca contaron con la salpimentada ventaja de otros posibles planteamientos.
No comprendo a una sociedad que pierde el culo por cubrir de dinero, a dos manos y llenas, a adinerados banqueros cuyas gestiones, claramente irresponsables, se sitúan en el origen de la crisis económica que nos corroe actualmente... y que por el contrario, cuando trata con quienes viven de promulgar, generar y cultivar nuestra salud (industria farmacéutica, médicos, etc.), no tiene más iniciativas que las de estrechar márgenes y recortar beneficios.
No me canso de afirmar que lo que de verdad diferencia a un médico contemporáneo de sus colegas, antepasados en vocación, son los fármacos, los frutos de investigaciones que éstas empresas plantearon, estimuladas por la esperanza de conseguir unos lógicos beneficios. De no ser por éstos fármacos, los médicos seguiríamos enviando a nuestros dolientes a recoger hierbas a la orilla del río, coincidiendo con el plenilunio...
Las reglas de juego que imperan actualmente en el sector lo sumen en una crisis de motivación para la investigación y el desarrollo de éstas empresas, cuyos éxitos o fracasos están íntimamente vinculados a los aspectos que nos son más preciados: nuestro bienestar, nuestra longevidad, la calidad y esperanza de vida, etc...
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