Vino a verme en un par de ocasiones o tres, siempre cargada con sus pertenencias y arrastrando un panzudo por abultado carro de la compra, abarrotado de bolsas...
Cada una de esas veces me cogió la mano llenándola de besos, en actitud entre agradecida y servil que, lo confieso, me resultó un tanto incomoda.
-. Doctor!... Ud. me va a curar!... Tengo mucha fe en Ud.!...
-. (...)
-. Ayer me encontré una pastilla que me había mandado Ud. la otra vez (un antibiótico), y me la tomé... la verdad es que ahora estoy mucho mejor...
-. (¿?¿?)
-. (¿?¿?)
Dada la evidencia de su problema social decidí llamar al único teléfono que teníamos el cual, según nuestros apuntes, correspondía a su hijo...:
-. Pues no, no conozco a esta señora, debe tratarse de un error...
La segunda llamada fue para los Servicios Sociales...
Quiera Dios que esta pobre mujer abandone pronto su condición de tortuga y encuentre pronto un lugar en el que aparcar su caparazón
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