A distancia de allí, en las montañas de Abisinia (hoy Etiopía), al emperador Menelik el invento le pareció todo un símbolo de progreso, al que quiso acoger con enorme entusiasmo, decidiendo la adquisición de tres sillas, que sin duda contribuirían a modernizar su imperio.
Pero olvidó que los artilugios que acababa de comprar y recibir requerían electricidad para su funcionamiento, algo que le resultaría desconocido y que aún no había llegado tan lejos...
Al conocer el contratiempo y desde el provecho de sacarles utilidad, Menelik transformaría las sillas, cuando menos una de ellas, nada menos que en su trono...
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