La espera, ineludible en nuestro sistema sanitario, resulta un excelente caldo de cultivo para la impaciencia...
La distribución de la agenda en imposibles huecos de seis minutos; las prisas de los "sin cita" que vienen siempre "de urgencia"; la costumbre de algunos de atesorar motivos de consulta, entre otras cosas, hacen que los retrasos sean sistemáticos, que nunca podamos evitarlos, aun intentando reducirlos a costa de sacrificar nuestro tiempo: ya sea comenzando antes, acabando más tarde o renunciando a nuestros descansos...
Ese día, aún siendo obsesivo de la puntualidad, yo llegaba tarde: el espacio de tiempo que al mediodía dedicamos a cursillos, reciclaje, etc, siempre nos queda pequeño: la charla que la endocrinólogo de zona vino a impartirnos sobre el uso de los análogos de las incretinas en el tratamiento de la diabetes, me pareció lo suficientemente interesante como para escucharla hasta el final, aunque fuese a expensas de retrasar en 10 minutos el inicio de la consulta.
Cuando llegué a mi despacho, me dirigí a las 4 o 5 personas que ya me esperaban:
-. Buenas tardes!... Ruego disculpen Uds. este retraso que se justifica en un cursillo que hasta ahora tuvimos arriba. Ahora mismo comenzamos...!
Se escuchó algún murmullo que no pude concretar, por encontrarme ya adentro, arrancando el ordenador... A continuación a alguien que debió levantar la voz para decir muy nitidamente:
-. Pero qué dice Ud.?! Si es un médico buenísimo, una excelente persona y muy cariñoso! Yo no he conocido nada mejor!...
Aún consciente de la exageración, quiero aprovechar la plataforma de mi blog para agradecer su capote en un espacio, el de la sala de espera, que con no poca frecuencia amplifica impaciencias y descontentos. Lo uno compensará lo otro...
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