Hasta esta semana no tuve ocasión de conocer ver el memorial a las víctimas de la COVID-19, instalado en la calle Alcalá de Madrid, frente al majestuoso edificio de su ayuntamiento.
Pasé antes y en no pocas ocasiones por las inmediaciones, aunque no era consciente, en aquellos entonces, de su situación, sujetando su llama permanente, junto a la Cibeles y el Palacio de Comunicaciones, uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad.
Esta humilde y discreta pieza metálica circular, fue inaugurada en mayo de 2020 y recuerda a todos los caídos por la enfermedad causada por el virus. El lema “Vuestra llama nunca se apagará en nuestro corazón” puede leerse en una placa situada frente al monumento.
Tras sufrir una serie de desperfectos a los pocos meses de ser inaugurado, fue rehabilitado y, desde mayo de 2022, se muestra nuevamente en funcionamiento.
Personalmente opino que no acertamos a la hora de honrar el recuerdo de nuestras víctimas: no lo fuimos con aquél poco agraciado cilindro de cristal, que, junto a la estación de cercanías de Atocha, pretendía recordar a las víctimas del atentado del 11-M, como tampoco lo alcanzamos a ser ahora, con las del coronavirus.
Según un estudio publicado en The Lancet: Se calcula que el número de fallecidos por Covid, en España, triplicaría al de los datos oficiales, estimándose similar realidad para todo el planeta, donde se alcanzarían 18 millones de muertos.
Este controvertido capítulo de nuestra historia no parece haberse cerrado definitivamente: sirva el ejemplo de que en nuestra comunidad de Madrid, el elevado número de fallecidos en sus residencias de ancianos (7.291), ha prestado título a un documental.
También es tema muy debatido el que se refiere a la adquisición de las mascarillas, por parte de determinados ayuntamientos y/o CCAA.
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