sábado, 31 de marzo de 2012

Luisa, esposado



A cinco minutos para las cuatro de la mañana aún no había conseguido el sueño pero sí adentrarme en esa situación de duermevela, en la que el medio gas con el que se mantiene la conciencia te proporciona un poco de descanso, de semidescanso, que resulta de agradecer: suena el timbre con una insistencia que condiciona la altura a la que doy el salto desde la cama: en la puerta me esperaban dos policías que traían a un detenido al que mantenían esposado. A juzgar por los gestos e improperios que se dispensaban, los unos a los otros, se deducía un ambiente caldeado que aún no había aparcado la hostilidad.

Por cuanto deduje de la charla, entrecortada por las descalificaciones e insultos que iban de lado a lado, se trataba de valorar las contusiones que supuestamente habría o no recibido el reo (había discrepancia según las fuentes),  durante la captura... El inicio de la entrevista no fue el deseado: el detenido, quien se empeñaba en llamarse "Luisa", se negaba a facilitar datos de filiación y a responder a las preguntas habituales, propias de una anamnesis clínica. 

Me esperaban no menos de 40 minutos de trabajo, de los cuales 10 serían de reconocimiento médico y 30 de pura burocracia vacía, puesto que en estos casos se hace siempre necesario el redactar, con una meticulosidad que exigen las implicaciones jurídicas del caso y que excede con mucho a la ordinaria, la historia clínica junto con el parte de lesiones que habría de ser entregado en el juzgado, al día siguiente.

Cuando comencé con mi trabajo observé -atónito y consternado- como le quitaban las esposas y marchaban a esperar al pasillo, dejándome a solas con el iracundo y presunto delincuente, mientras realizaban llamadas a su base. No creo que este fuera el procedimiento habitual, no lo creo basándome en anteriores experiencias similares, y porque de serlo sería un procedimiento revisable... Quiso la fortuna que el sujeto se fuese tranquilizando a medida que le iba sometiendo a mis exploraciones y que pasaba el tiempo sin ver a sus oponentes. Acabó colaborando todo lo amablemente que le permitían sus circunstancias y la situación, proporcionando incluso sus datos de filiación...

Desde la redacción de este post se me ocurren dos ruegos finales: dirigiría el primero a nuestras fuerzas de orden público: "Por favor, aunque me consta que ya la tenéis y porque toda precaución es poca: "¡Cuidado con estas cosas!". El segundo sería para quienes dictan nuestras nóminas: "¿Para cúando ese plus de peligrosidad?".



3 comentarios:

  1. No quiero imaginar las consecuencias en caso de que "Luisa" -la presunta o presunto-no se hubiera serenado.Denunciable actuación, por temeraria e imprudente,la de estos miembros de los llamados cuerpos de "seguridad" por dejarte solo, expuesto a riesgos innecesarios !!De hecho ignoraba que acudieran a domicilios particulares, es una barbaridad. Quiero pensar como tu, que este no es el procedimiento habitual y en caso de serlo no sé a qué esperan para cambiarlo.En centros hospitalarios siempre hay más personal y medios,insisto es de denuncia!!!

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  2. Era un hombre. Decía llamarse Luisa como en un acto de rebeldía y burla hacia las preguntas que le formulábamos. No era un domicilio; ocurría en un SAR en el que trabajaba esa noche.
    Un fuerte abrazo, Ana!

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  3. No es una cosa tan rara como parece...en una guardia en centro de salud hace años, una pareja de la guardia civil iba a dejar entrar sólo en la consulta a un paciente psiquiátrico con muuuuuchos antecedentes penales que había amenazado a sus vecinos. Cuando se lo señalé, le dijeron que dejara las cosas en la mesa del celador....y dejó 2 cuchillos jamoneros que llevaba escondidos en el pantalón!! gracias a Dios la mayoría no son así.....

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