domingo, 8 de enero de 2012

Primum non nocere

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La alocución clásica "Primum non nocere" es uno de los latinajos más conocidos de todos cuantos están relacionados con la Salud. 

Se suele atribuir a Hipócrates, el padre de la Medicina, por cuanto en su obra -el Corpus Hipocrático- aparece una frase que resulta muy aproximada en el contenido y en la forma: "...para ayudar, o por lo menos no hacer daño...", aunque no está muy clara la paternidad del axioma, que en ocasiones llega vincularse con Galeno, e incluso con un más actual Thomás Sydenham, entre muchos otros posibles...

Su significado vendría a ser: "lo primero es no hacer daño", o "ante todo no hacer daño", y aunque es uno de los principales mandamientos que rigen el proceder del médico, nunca ha de ser considerado en su sentido literal o estricto, por cuanto produciría una parálisis operativa: de todos es sabido que la acción del médico, lleva en sí misma implícita un daño que resulta intrínseco a muchas de las pruebas diagnósticas que solicitamos, a cuantas intervenciones quirúrgicas practiquemos o a la práctica totalidad de las drogas que administremos.

Por este motivo el precepto "Primum non nocere" se ha de interpretar como una invitación a ponderar siempre el cociente beneficio/daño, actuando en consecuencia al resultado de tal valoración. 

La yatrogenia, que así es como se denomina al daño producido involuntariamente por el médico, es bien reconocida como una de las causas de enfermedad o de lesión. Si dentro de este daño potencial se consideran no sólo sus consecuencias físicas, sino también las psicológicas, morales, económicas y otras, se tiene que admitir que los médicos nos encontramos entre los agentes etiológicos más frecuentes, de cuantos producen daño al paciente. 

El Institute of Medecine de los Estados Unidos estimaba que en el año 2.000, unas 98.000 muertes anuales se debían a errores médicos; que el 13% de los ingresos en un hospital se debían a los efectos adversos del diagnóstico o del tratamiento; y que casi el 70% de las complicaciones yatrogénicas son prevenibles, lo que también deja entrever que más del 30% no lo son.

Tenemos pues que contar con la posibilidad de secundarismos, inherente a las decisiones del facultativo, aunque la lectura de la relación de estos posibles efectos adversos en la ficha técnica nunca debería justificar la decisión de no cumplir estricta y disciplinadamente con sus recomendaciones. No son infrecuentes los pacientes que admitieron, días después de la primera consulta: "leí el prospecto y preferí no tomarlo", lo que me lleva a pensar que el de aquellos que procedieron de igual forma -sin confesarlo- podría constituir un número ciertamente representativo.

En este sentido siempre comento a mis pacientes que las fichas técnicas han de ser leídas con apertura de miras y un cierto sentido crítico... Que las redactan abogados, que no médicos, y con una intención que más que informativa, es la de proteger a los fabricantes. Suelo ilustrarles con ejemplos como el que sigue: "Si fabricasen un medicamento que se llamase Agua, habrían de especificar: cuidado, puede producir ahogamientos... y tsunamis..."



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