domingo, 24 de octubre de 2010

¡Es la leche!

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La naturaleza provee alimento al mamífero recién nacido a través de su madre y establece el vínculo afectivo necesario, entre ambos, para que ésta no deje de suministrarlo, a pesar de lo rutinario y sacrificado de la lactancia.

Por otra parte, la naturaleza también prevee que el niño produzca lactasa (el enzima necesario para el aprovechamiento de la leche) durante sus dos primeros años de vida, momento a partir del cual la producción de éste enzima disminuye drásticamente. Una vez más y como cada una de las veces que hablamos de un fenómeno natural, tiene una explicación y obedece a una finalidad: la lactancia es anticonceptiva por lo que no interesa a la biología su prolongación más allá del tiempo necesario.

Según esto y en principio, el adulto no produce lactasa en cantidades suficientes como para aprovechar la leche, con lo que la ingesta de ciertas cantidades de lactosa pudiera llegar a producirle, en determinados casos, problemas de intolerancia bajo la forma de: meteorismo (gases), diarrea, etc....

No obstante, la intolerancia a la lactosa sigue una curiosa distribución geográfica: a medida que bajamos en el globo terráqueo, de norte a sur, ésta aumenta; de manera que el 99% de los nórdicos (escandinavos, holandeses...) toleran perfectamente la leche. En España se calcula que existe un 40% de intolerantes (muchos de ellos no llegan a tener manifestaciones y son asintomáticos, por no ingerir cantidades diarias importantes). En el continente africano los intolerantes son mayoría (95%).

Guerrero Masái acompañado de sus vacas

Tal distribución se explica por el fenómeno de la mutación genética, que en algún momento de la evolución debió afectar a los pueblos del norte de Europa y gracias a la cual seguirían produciendo lactasa durante la fase adulta. Una mutación similar explicaría que los Masái sean los únicos individuos de raza negra con capacidad para tolerar la leche.

En el trasfondo de esta apasionante historia una conclusión no menos interesante: la raza blanca, europea, salió de su etapa nómada para establecerse con la agricultura, dar el paso siguiente hacia la domesticación que supone la ganadería, y evolucionar después a las eras industrial y la tecnológica en la que nos encontramos. La importancia que cobra el asunto responde al hecho de que la lactasa podría estar en la base del subdesarrollo en el que siempre estuvo sumido el continente africano, cuyos pobladores no pudieron ser ganaderos, una fase evolutiva primordial.

Por caminos similares podrían explicarse otros estancamientos, cuando menos parcialmente. La prohibición del aprovechamiento de determinadas carnes (vacuno, porcino), preceptivas para determinadas religiones y tan importantes -por prioritarias- para la alimentación de nuestro mundo occidental, podría encontrarse en sus orígenes.



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